lunes, 2 de junio de 2008

PERROS TORTURADOS

Perros Torturados
Julio Ortega Fraile
Hace pocos días nos revolvió las entrañas la noticia de un perro torturado durante un mes en Lugo; ahora nos llega la de un pastor alemán asesinado de modo cruel en Sanlucar de Barrameda. Según el relato de la chica que lo encontró y que ya había acogido a otros perros abandonados lo vio cuando iba a hacer unas compras y se detuvo para acariciarlo, a lo que el can le respondió dándole lametones; al cabo de una hora regresó con su coche con la intención de llevárselo, en ese rato ya había pensado incluso un nombre para el desdichado perro: Jack. Pero Jack jamás podrá acudir a la llamada de esta mujer que unos minutos antes le había tratado con cariño y cuya decisión era darle un hogar porque lo halló muerto. En ese intervalo de tiempo alguien había acabado con él a golpes, le habían puesto una cadena en el cuello, atado las patas traseras e introducido palos por la boca.

Este escrito no va dirigido a los miserables malnacidos que cometen esas atrocidades con animales ni tampoco a los responsables de dictar la Ley. Ya no, pues sería una labor inútil. Los primeros son unos seres repugnantes sin el menor atisbo de sensibilidad ni de dignidad; su grado de vileza es tal que carecen de un mínimo de racionalidad para reflexionar sobre lo repulsivo de sus actos; son unos cobardes abominables que utilizan a estas criaturas como blanco de una ira causada por su propia condición, por los complejos de una existencia indigna consecuencia de la bajeza de sus sentimientos y de sus pasiones; bastantes de ellos acabarán antes o después empleando la violencia contra seres humanos y entonces, llegarán los informes médicos en los que constará que anteriormente habían torturado y matado animales; los especialistas relacionarán este hecho con la posterior agresión a seres humanos, pero claro, nadie hará nada hasta que el muerto sea una persona y en ese momento ya será muy tarde, tarde para su víctima racional y tarde para los animales que previamente sufrieron el ataque de esos criminales.

En cuanto a los que legislan, han demostrado sobradamente que ni les importa esta lacra ni les produce réditos políticos dedicar más medios a la búsqueda de ese tipo de delincuentes y sobre todo, rehuyen el revisar la Ley de tal modo que quien hace eso con un perro o con un gato, sea privado de libertad al igual que ocurre con quien arrebata de forma consciente la vida a un ser humano. Pero no, nuestros políticos, no pueden ocuparse de aquello que carece de mayor trascendencia mediática y que únicamente afecta a los que no tienen voz y por supuesto, no tienen voto ni constituyen un grupo de presión.

No podemos continuar así; son demasiado habituales este tipo de actos y no estamos haciendo nada por evitarlos. Ya sobran las palabras cuya efectividad ha mostrado ser muy limitada y es necesaria la acción, una acción inmediata y global para expresar el rechazo y el hastío por esta situación que se repite tan a menudo. A todos aquellos que hayan sabido lo que es querer a un perro, a los que hayan recibido su cariño y fidelidad, a los que son capaces de acariciarlos y sentir su agradecimiento, a los que tengan la sensibilidad suficiente para mirarles a los ojos y adivinar su alegría, su tristeza, su soledad o su felicidad, a todos los que se hayan sentido conmovidos ante la noticia de un perro durante días velando el cadáver de su compañero humano o salvando vidas aún a costa de la suya, a los que les duele el dolor ajeno y a los que sufren ante el sometimiento ejercido por parte de individuos con tendencias nazis ,a todos ellos, les ruego que griten que ya basta; que salgan a la calle a expresar su cansancio, su indignación y su asco por estos actos mezquinos, que se sumen a las movilizaciones y dejen patente su rabia y dolor ante la imagen de un perro con el pene arrancado, quemado vivo, ahorcado o con palos incrustados en su garganta. Por cada vez que callemos, por cada vez que consintamos habrá más víctimas, animales y humanos pagarán con su vida nuestra apatía, nuestra indiferencia, nuestro egoísmo y nuestro silencio.

Es necesario plantar cara de forma inmediata y contundente con acciones a esta locura cotidiana y no quedarse en el mero gesto de lástima al conocer la noticia. Mientras no hagamos nada somos todos cómplices de esos miserables que torturan a seres porque son más débiles, porque no pueden defenderse y porque saben, - he aquí el aspecto más grave de esta macabra realidad -, que las consecuencias por su conducta serán ridículas o probablemente, ni tendrán lugar.

Para muchos torturar animales es un asunto de segundo orden ante los problemas que padece nuestra Sociedad y al que no merece la pena prestarle atención, medios ni tiempo; a los que dedican su esfuerzo desinteresado a denunciar estos crímenes los consideran cuatro iluminados sin nada mejor que hacer. Tampoco a estos sujetos cuya escala de valores parece comenzar y terminar en sus propios y exclusivos intereses les pido nada, porque nada harán jamás por alguien que no sean ellos mismos. Es al resto, a los que están hartos de que la impunidad o el castigo por una violación de los derechos e incluso de la vida de otros dependa de la condición de la víctima, a los que les hago llegar mi ruego y el de otras tantas personas comprometidas con esta causa, cada día más, para poner fin a tal barbarie y requerir a quien compete, porque es nuestro derecho, que no quede exento de un castigo ejemplar y disuasorio quien tortura a un animal, porque una de las funciones reconocidas de la Justicia es la protección de los más débiles y desamparados y por otra parte, tiene como fin supremo lograr el respeto de los derecho colectivos e individuales de todos y cada uno de los miembros que integran una determinada Sociedad y, no olvidemos, que ésta la forman los individuos, su entorno y la relación que entre ellos existe. No considerar a los animales seres dignos de un amparo jurídico suficiente y eficaz es caer en una degeneración de la Justicia y del hombre mismo, como responsable último de sus actos y como garante obligado, por su condición, de la salvaguarda de los derechos universales.

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